lunes, febrero 25, 2008

La triste historia de un corazón solitario y una tarde en agonía.


Parecía que el tiempo se detuvo, todo era silencio, le brillo que tenían los días huyó junto con el canto de los pájaros. Era una tarde mas de domingo, en el fondo diferente a las otras ya vividas, a simple vista era una más. La soledad más clavada a los huesos, restos de ilusiones tirados por la ventana y montón de hojas de papel con intentos de poesía.

-Yo: ¿Te ha pasado que te ves frente al precipicio y, en lugar de alejarte, te avientas?
-La tarde: Todas las puestas de sol.

No hubo mas preguntas de mi parte, esa tarde me senté junto a ella a esperar la puesta de sol. Los colores del atardecer no fueron antes mis favoritos, siempre preferí a la oscuridad de la noche, esperar junto a ella me daba una sensación de confort, pues de una forma inexplicable para mi, compartir la víspera de la noche me hacia sentir menos solitario.

-Yo: No recuerdo cuando fue la última vez que me senté a observar un amanecer ó atardecer, de hecho me he perdido muchos amaneceres. Me he acostumbrado a la noche, sabes, siempre traté de ocultarme y la noche me ofrecía muchas posibilidades de lograrlo. El día no me gusta, su luz es demasiado intensa para mis ojos. Sin embargo, si se encuentra nublado, en posible que salga a pasear un rato. Pensarás que mi gusto por la obscuridad y los días grises deben estar ligados a mi estado de ánimo pero no es así, mi tristeza y desgano no tienen nada que ver con todo esto. Si estoy triste es por que he estado pensando que últimamente no construyo nada en mi vida, creo que en lugar de hacer una vida la estoy deshaciendo. Quisiera ser como tú, qué sabes eres tarde, día y noche y te reconoces así; además de ello te tienes como amanecer y atardecer. En estos momentos no me reconozco a mi mismo, tal vez sea una tarde gris o una noche larga del polo norte. Es posible que a mis doce años haya tenido mas claro lo que quería. He tratado de ser un buen hijo, un buen hermano, estudiante ejemplar, mejor amigo y, ¿sabes qué?, no he sido nada. Lo que disfrutaba en la preparatoria o en la universidad dista mucho de lo que disfruto ahora, he cambiado, si, pero no bien. Me cuesta mucho aceptar que tal vez hayan tenido razón cuando me advirtieron me quedaría solo. Siempre ando con miedo, el miedo a quedarme solo, y luego por qué me quejo cuando me dicen que agarro puro chacal. La neta es que si estoy cansando de creer en todos y en todo, ¿Cuándo van dejar de decirme que soy demasiado bueno para ellos? Eso nadie lo cree, no es más que una excusa. No pueden saberlo si no se dieron la oportunidad siquiera de conocerme. También estoy cansado de jugar limpio y siempre tratar de hacer las cosas de forma correcta, ¿qué me garantiza hacerme el niño bueno y navegar con bandera de honestidad? Hay veces que siquiera sen tan “perra” como muchos otros y lo único que logro es hacerme daño. Otras veces pienso que no voy a lograr navegar en el “ambiente gay”, son tantas cosas las que no me gustan. Mi amigo dice que soy muy “fresa y rosa” para el círculo, que debo ponerme las pilas y decidir de qué lado quiero estar, “de los cazadores o los cazados”, no es suficiente con sentirse ya etiquetado por se gay ¿cómo para tener que elegir otra clasificación mas? Tengo muchas dudas sin resolver para mis veintisiete años y tantas ganas por encontrar a una sola persona que valga la pena. Por eso me siento mas cercano a la noche, la obscuridad que encuentro al ver en mi interior no me deja descubrir qué es lo que realmente estoy buscando. O si estoy buscando algo. También tengo de no encontrar nada y terminar siendo uno del montón, otro dañado emocional y socialmente que solo trata de vengar sus heridas. Te lo había dicho ya desde antes, no me gustan las tardes de domingo, no me gustan como las vivo por qué siempre las quise con compañía. Me dirás que debo a aprender a acompañarme yo mismo, tienes razón, pero ¿Qué sabes tú de soledad si siempre has tenido al sol contigo? Aún cuando mueres.

Entre líneas.

Era ya la quinta línea de coca, mis ojos se cerraban de cansancio, llevábamos treinta y seis horas sin dormir y la fiesta continuaba en tono. Esas dos noches las baile como no lo había hecho antes, bailar es una de mis cualidades y supe sacarle provecho, gracias a mis movimientos fue que él se fijó en mí. Como no quería ser yo quien terminara la fiesta fue que decidí drogarme hasta la segunda noche, solo para aguantar dije, estar bailando me mantuvo despierto la noche anterior.

La primera vez que consumí cocaína lo hice por curiosidad, nadie me ofreció probarla, yo la encontré por casualidad en el auto de mi hermano, de inmediato supe de que se trataba pues harina o carbonato no era lo contenido en ese billete. La inhale a hurtadillas y su efecto no resultó ser lo que esperaba, no volví a consumirla por un largo tiempo.

No conocimos por un amigo en común, la química no surgió de inmediato, anduvimos juntos por unos días y todo se fue dando con el tiempo. De inicio creí tener claro que el coqueteo era solo un juego, luego las cosas comenzaron a subir de tono y no quise que me vieran como un niño inexperto. Me confundían las señales y me presté al juego de ser yo el conquistado.

La segunda vez fue mas placentera, no lo niego, y fui yo quién la buscó. Inhalarla esa noche no era ya por curiosidad o quedar bien con los cuates, no. Esta vez buscaba abandonarme. Ver mis emociones reflejadas en una fotografía panorámica. Era tiempo de la vista panorámica del precipicio de mis emociones. Se que no es justificación, y no la busco.


Me dolía el lado izquierdo, él provocó el dolor. Yo me negué a creerle cada frase que me decía, lo evité cuanto pude sin lograr hacerlo, pero resultó ser una de seas noches que el corazón no me escucha. De principio creí que mi mirada fue totalmente transparente y él descubrió todas mis necesidades, y no solo eso, también creí que había descubierto la fórmula para conquistarme. Supo decir la frase correcta en el momento correcto. Le creí. Seguimos bailando, ahora mas pegaditos, tanto que su respiración se fundía en momentos con la mía. Inhalamos algo de coca.

No sé que número sea esta vez, recuerdo que tomamos mucho alcohol y según dicen la coca te aliviana; así que lo hicimos. No me daba miedo convertirme en un adicto, lo hacia muy de vez en cuando y claro que lo controlaba. El siguiente día solo tenia que dormir hasta tarde para evitar el dolor de cabeza, me daba mucha hambre eso si.

Entre Madonna y Magos Herrera me dijo que solo quería estar conmigo, destacó los rasgos mas visibles de mi personalidad para decirse conquistado. Ahora no eran solo mis ojos y su mirada tierna, también eran mi desenfado, irreverencia y autenticidad, características adictivas. ¿Y qué?, me dije. Para cuando escuchamos a Chabela Vargas yo ya había resuelto que juntos no seriamos buena compañía.

Llevaba ya cerca de un año sin consumir coca, me había prometido no hacerlo pero soy débil de voluntad, bastó que llegara él para recaer, no lo culpo. Tuve miedo de enamorarme de él y hacerlo mi adicción. Se que la sustitución de una adicción por otra no es lo mas sano, es solo que siempre he necesitado de algo mas.

No recuerdo la música se escuchaba de fondo, mi memoria registro nada mas el momento en que toma mi mano y yo cedo a sus peticiones. Luego nos encontramos en la cama, me dice lo que he escuchado ya antes y la sensatez por fin aparece. Sin despedirme y aprovechando que dejó la habitación para ir al baño, abandoné el departamento.

Siempre he sido muy consiente de que soy débil de voluntad y un blanco fácil para las adicciones. Impulsivo-compulsivo sería una buena descripción. Lo hago en todo y con todos, un día comencé a armar un rompecabezas de mil piezas por la tarde y no me fui a dormir hasta no verlo terminado, hubo una vez que conocí a un tipo que me bajo la luna (eclipsada) y las estrellas en una sola noche: cuando me tronó fui a buscarlo hasta su casa mas de una vez para que me diera una explicación. No la hubo. Ya no creo en quienes te bajan las estrellas, pues vivo entre ellas, pero sigo creyendo en el amor tan compulsivamente que, en repetidas ocasiones, me duele el lado izquierdo.

Los siguientes días la idea de llamarlo no me dejaba en paz. Su compañía no era la mejor, pero mi soledad impuesta tampoco lo era. Siempre he buscado enamorarme y encontrar a la persona que pasará la vejez a mi lado. Además del alcohol, cigarros, cocaína y otras adicciones mas he consumido “amor en aerosol”. No voy a negar ahora que sigo esperando al “indicado”. ¿Será que ya lo he encontrado? No. Creo que no.

Solo esta vez, fue lo que me dije. Qué más da, me repetí mientras inhalaba la primera línea, quiero pasármela bien. Si el amor llega. Quiero que aparezca entre estas líneas. Solo que las borré al inhalarlas. Era ya la quinta línea, no hubo mas, ni coca; ni amor.

martes, febrero 19, 2008

Piromanía, Cleptomanía, Mitomanía y otros excesos del corazón…

Contaba con menos de cinco años, según la memoria de mi madre, cuando por accidente prendí fuego a la sala de la casa. El hecho con el tiempo se convirtió en una anécdota familiar y dejó de pertenecerme, aunque yo no lo recordaba con exactitud, era mío, se había convertido en el único recuerdo de infancia con el que contaba pues no hay fotografías que documenten mi vida hasta esa edad. Me molestaba que con el pasar de los años confundieran al protagonista de aquella hazaña y se la adjudicaran a mi hermano dos mayor, ya cargaba yo con el estigma de ser el del medio y vestir la ropa que ya no le quedaba. No odiaba, ni odio, a mi hermano por eso, pero la historia me gustaba demasiado para compartirla.

La anécdota era contada por mi madre a las visitas, la escuché con mucha atención mientras bajaba las escaleras, no mencionó mi nombre en ningún momento. Aunque habría sido mejor pasar inadvertido hice un ruido con mis pies para ser visto, ellos sólo saludaron; correspondí al saludo y abandoné la habitación. Seguro que mi madre aclaró que era yo el incendiario, eso pensé. No fue el único incendio que provoqué a mi corta edad, existió otro.
La primera vez que “mentí gravemente” sentí que mi respiración se cortaba y mis mejillas se sonrojaban a tal grado que era evidente que mentía. Por otro lado, no recuerdo mi primer “mentira inocente” y menos los motivos que tuve para hacerlo; tampoco recuerdo que edad tenía y si mi conciencia entendía las consecuencias de ocultar la verdad. Después, de que a bajo mi conciencia mentí gravemente, me resulto fácil seguir mintiendo a los demás y a mi mismo.

Regresé a casa para encontrarme con una sala vacía y la pregunta sobre dónde había estado todo ese tiempo. Mejillas sonrojadas, corazón acelerado, respiración cortada y yo tratando de imprimirle firmeza a mi tono voz: jugando en la calle, sentencié. Me levanté del sofá, que años antes había quemado, y me fui a mi cuarto. Revisé mis bolsillos y encontré algo que no me pertenecía. El objeto aquel no era un buen augurio. Después lo supe.

Hasta el día de ayer los recuerdos tenían sentido por separado; los años en que sucedieron los distaban y cortaban cualquier relación circunstancial, por un lado un incendio accidental a temprana edad y por el otro una mentira conciente ya entrada la adolescencia. Sin embargo un tercer evento surge de entre mis recuerdos.

El robo no era una de mis cualidades, aunque debo confesar que jamás fui descubierto, y no lo hacia por necesidad pues en casa había lo suficiente, era una inclinación de la que ni yo conocía el origen. La mayoría de las veces lo hacia para llevar conmigo una pertenecía de la persona con la cual me había encontrado. Una manía que me servia para colección objetos pertenecientes a mis conquistas. Robé desde prendas de vestir, cinturones, relojes, cadenas, anillos y cualquier objeto personal hasta sonrisas, miradas, suspiros y corazones enamorados. También, por que igualmente lo robé, ilusiones y días soleados. El primer objeto en la colección fue un encendedor.

Desde que dejé la sala, después del interrogatorio de mi madre, la culpa por haber mentido me siguió como sombra, aunque mas tarde fue fácil seguir mintiendo, engañar por primera vez no me hizo sentir orgulloso. Así que durante un tiempo aprendí a vivir con la culpa.

-Ya lo hemos escuchado mucho, y no ha dicho como sucedieron los hechos ¿podría dejar de abundar en su vida, para proseguir con la declaración?

Para eso estoy aquí seños Juez. Yo me encontraba en casa, triste, muy triste. La vida ya no tenía un sentido para mí, buscando una navaja para quitarme la vida fue que encontré un caja con los objetos que fue coleccionado, ¿recuerda?, de allí tome el encendedor. La idea no vino de inmediato a mi cabeza, tardó un tiempo porqué yo recordé antes a quien pereció el encendedor, casualmente era de él. (Años antes fue él quien quemó parte de mí con ese encendedor) Fue entonces que lo planeé todo, por la tarde me presentaría en su casa y le prendería fuego. Es lo que hice.

-Señor Juez una señora que se dice la madre del joven quiere verlo.

¿Tu si me crees verdad? Tenia que hacerlo. El recuerdo me estuvo quemando por mucho tiempo, nunca me quejé de ningún abuso porqué yo ya no era un niño y también lo deseaba. ¿Pero no a pesar de ello, es un abuso? ¿Despertarle la sexualidad a un adolescente no es un abuso? ¿Es justa la venganza? Por eso lo quemé.

-Joven, tranquilícese, su madre ya nos ha dicho todo, acompáñela. [Pobre chico, tantas manías lo han vuelto loco, él nunca quemó la sala: fue su hermano]

miércoles, febrero 13, 2008

Cocodrilos (Extended version)

{He reescrito este anterior post}




De mañana y en la cama, sin tener nada mejor que hacer, me puse a leer el periódico. Encontré una noticia en la sección policíaca (nota roja) que llamó mi atención de inmediato, dejándome intrigado y hasta cierto punto sobresaltado. La nota narraba los sucesos ocurridos a un sujeto hasta entonces para mi desconocido. El desconocido al parecer fue atacado por cocodrilos la tarde del día anterior, el periódico lo refería como un accidente, los hechos se desarrollaron en el zoológico. En las paginas ya maltratadas podía leerse: “Los guardias de seguridad del zoológico escucharon ruidos, específicamente en el área del estanque de los cocodrilos, al ir a percatarse de lo que sucedía se dieron cuenta de que el cuerpo de un hombre era arrastrado por un cocodrilo. De inmediato solicitaron ayuda, actuaron con rapidez pero sin buenos resultados, lograron rescatar al hombre aunque éste ya había sufrido severos daños en una de sus piernas”.

Aparte mi atención del periódico por instantes y lo primero que vino a mi mente fue la pregunta ¿de dónde venia mi fascinación por leer la nota roja? y recordé que el día que cumplí diez años recibí un regalo muy peculiar. No fue el regalo en sí lo que originó en mí aquel interés, pues resultaron ser unos calzones con la imagen de Mazinger Z (una de mis caricaturas favoritas junto con los Thunder Cats), lo distintivo del regalo era su envoltura. Los calzoncillos habían sido envueltos en papel periódico, casualmente por la sección policíaca, al abrir el regalo, y como parte de un ritual, conservé la envoltura. En una llena de ocio leí algunas de las notas impresas en aquella página que antes fue parte de mi regalo. Quedé cautivado con el estilo de narrativa que usaba el reportero y lo trágico de las historias, así pues solo les di algunos tintes románticos y heroicos a los personajes para recrear una historia que complaciera mi morbo.

La muerte me atraía de tiempo atrás y darle un toque de heroísmo siempre me gustó, siempre he creído que la muerte va más allá de ser nuestro último acto y no merece ser menospreciada. A veces en la muerte, pensaba y pienso, radica el propósito de nuestras vidas: todos venimos a morir de una manera gloriosa.

Retomé mi lectura de la nota ya sin atender del todo lo que leía pues mi mente se puso a trabajar. Comencé a imaginar lo que para mí había llevado a ese pobre hombre a arrojarse a los cocodrilos. En definitiva era un acto suicida, desesperación, un acto de un hombre desolado y triste que pensó encontrar solución a sus males en la boca de los cocodrilos. Me parecía que al darle un toque de romanticismo a la historia sería mejor que dejar en el olvido al pobre hombre que al final terminaría como una estadística más. Ya había perdido su pierna en la boca de un reptil, y no sé que otras cosas más, así que yo le daría una justificación a los hechos:

“Paseaban por la ciudad, Él, el desconocido, y Oscar, su amante. Oscar, su amante, hace tiempo se había dado cuenta que Él lo engañaba, dio tiempo para que lo confesara pero Él no nunca lo hizo así que esa tarde lo enfrentó. Él negó todo pero Oscar tenia fotografías que comprobaban la infidelidad, pruebas contundentes tomadas por él mismo. Él no supo que decir, como siempre, como todas las noches de silencio que vivía con Oscar. Todo lo dijo el Oscar, con entono de voz tranquilo: se termina aquí lo nuestro, no quiero verte jamás, adiós. Él sintió morirse, era verdad que lo había engañado, le mintió, pero solo a él le quería, solo de Oscar era su corazón. Oscar no entendía porqué Él se sentía asfixiado. Resultaba que a Él jamás nadie lo había querido como Oscar, jamás nadie se había preocupado por Él y al tener junto a él a una persona que lo amara, más que un bien le hacia daño, no se sentía merecedor del amor que Oscar le profesaba. Él pensaba que engañándolo provocaría su desamor y le dolería menos el abandono, no imaginó que su corazón se partiría cuando el Oscar lo dejara. En el primer semáforo en rojo se bajo del automóvil, corrió tan rápido como pudo y de pronto se vio frente al puerta del zoológico, entró, caminó por los pasillos y estando frente al estanque no lo pensó mucho. Se arrojó a los cocodrilos”.

La sensación de pérdida que invadió mi cuerpo mientras imaginaba la historia fue muy fuerte, como si yo mismo esa tarde hubiera perdido la pierna y al amor de Oscar por culpa de mis inseguridades. Los sentimientos que le puse al desconocido no eran más que los míos. Sentí miedo. Temblé. Era yo también quien sentía que mi pareja no merecía estar con alguien como yo, un ser atormentado, una persona resentida con el mundo por el daño que cree le han hecho, un ser incapaz de amarse a si mismo. Temí cometer un acto similar pero ya era muy tarde, el dolor en mi pierna derecha me hizo dirigirle la mirada y darme cuenta de que era yo el protagonista de tal historia. La tarde anterior no solo perdí mi pierna…




viernes, febrero 01, 2008

Saldos insolutos. Parte III. ¿La salvación?



San Sebastian no solo era un protector contra la peste, investigando me enteré que también es un ícono de la cultura gay; lo cual me dio mucho gusto. Ya con el tiempo la atracción al arte sacro cambió sin darme cuenta, ahora no lo veo como algo que detone mi libido sino como lo qué es, arte. A las moscas no les volví a soñar, no hasta hace unos días atrás. El mismo sueño, pero con circunstancias personales distintas.

Luchar, aún en mi contra, me recordaba las grandes batallas libradas por los soldados ilustrados en mis libros de historia o a los personajes que años atrás conocía ilustrados en la biblia familiar. El papel de mártir heroico me fascinaba, morir luchando, aunque fuese en batallas perdidas, era un deseo/ilusión personal.

Las moscas significan conflictos internos, fue lo recordé unas mañanas atrás. El recuerdo no vino solo, un inquietante remolino de emociones y sentimientos encontrados junto con memorias del pasado se presentaron; todos venían a recordarme la lucha por definir mi identidad. En esos años San Sebastian me liberó de la plaga de moscas (conflictos internos), ahora ya no creo en él como antes, ni siquiera creo en la salvación. No sé si sea porqué me siento ya condenado.

No se me ha dado el privilegio de escoger mi muerte pero la idea de morir como San Sebastian me resulta atractiva. ¿O será que ya estoy muriendo? Las flechas las siento clavadas.

Definirme homosexual y mejor, aceptarme, como tal libero mi alma de muchas inquietudes. Los días fueron mejores. No resulté ser el único en el pueblo, estaba también él. Y ahora me sigue acompañando. Le conté de mi sueño aquella mañana, la siguiente a la primera noche que pasamos juntos, entendió de inmediato que algo pasaría. Antes de advertirlo resolvió que posiblemente por mi familia, que es en extremo religiosa, yo había tomado como salvador a un santo pero nadie sino yo había sido mi salvador. Yo me negué y le dije que el era mi salvación. Ya no le he visto, espero antes de morir verle por última vez.

Debo prepararme, ya se escucha la algarabía de la muchedumbre.