lunes, enero 19, 2009

Navidad y otros cuentos de cama...

Erase un joven plebeyo en busca del amor, el amor puro que solo puede existir en dos seres hechos el uno para el otro…
Era solo una marcha, una protesta más en silencio, donde se enunciaban nuestros reclamos por los acontecimientos recientes. Al cabo de unas horas aquélla callada manifestación se tornó en una violenta querella pública. Cárteles, mantas y circulares se encontraron tirados en el asfalto; con ellos nuestra esperanza de ser escuchados. No hubo heridos, según los periódicos y televisoras locales.
El invierno tenía semanas de comenzado, el frio aún era soportable y las secuelas por haber estado de fiesta durante dos semanas pasaban factura. El alcohol ardía en mis venas atosigando un propósito incumplido. Me levanté ya muy avanzada la mañana con una sonrisa en el rostro que pronto cambié por una expresión de desconcierto. Me encontraba acompañado por un extraño, no por mucho tiempo, no recordaba su nombre pero si sus besos, su ternura y empatía por mis sentimientos. No hablamos, no esa mañana, no por mucho tiempo.
Seguía sin recordar su nombre, al paso del tiempo deje de recordar su rostro. Las nuevas sensaciones y emociones con él exploradas eran lo único que me quedaba de aquélla noche. Casi terminado el invierno recordé que escribí una carta dirigida a él que no pude enviar, por obvias razones. En ella le explicaba que no pude estar con él esa noche no por qué no me gustase, al contrario me gustaba demasiado, sino que en ese momento mi búsqueda iba dirigida a una pareja estable y que los encuentros ocasionales mas allá de excitarme me atemorizaban sobremanera.
No es que no me emocione el hecho de conocer nuevas personas, recuerdo haberle comentado. Entonces callé y decidí probarme a mí mismo que podía dejarme llevar; así como dejar que disfrutara de mí como yo lo hacía de él. No funcionó. Las complicaciones emocionales que acerqué a mi vida impedían cualquier intento por disfrutarla. Siempre creyendo en el amor eterno, la pareja perfecta, los besos tiernos, las miradas cómplices, los suspiros robados y la vida juntos.
No supe nada más de él sino hasta el inicio del invierno siguiente, fue entonces que su nombre, profesión, fecha y causa de su muerte. No lloré, no había porqué. Agradecí haberle conocido, le agradecí forjar parte de lo que soy. Después de haberle escrito la carta y aceptado que mis intereses también son importantes y que algún desconocido busca lo mismo que yo, superé mis temores de relacionarme y la búsqueda de la felicidad fue más fácil.
A finales del otoño conocí a uno de mis mejores amigos en la actualidad, él me enseño a aceptarme y a buscar apoyo. Por eso decidí ser parte activa de la comunidad LGBT en mi localidad. Veinticinco de diciembre marcaba el calendario el día mi primera participación, ésta sería en una marcha, protestábamos en contra de los crímenes de odio. Tomé de una mesa un tercio de circulares para repartir, mi corazón dio un salto al ver la fotografía impresa. Es él, ahora lo sabía, mi mente lleno con su rostro lo recuerdos por poco olvidados. Regresó a mi memoria el sonido de su voz, el aroma de su cuerpo y la seguridad que me dio al estar entre sus brazos.

Avanzó la marcha por las calles principales de la ciudad, los insultos no se hicieron esperar, no dimos respuesta a éstos. Deje de estar presente en la marcha para recordarle, solo caminé por calles conocidas; ausente de toda realidad. Luego los golpes, la sangre, la histeria, las suplicas, el llanto, el dolor. Nada me despertó de aquel cuento.
Erase la muerte, tan impasible y tan presente…