jueves, junio 18, 2009

Música romántica para dormir cocodrilos.


Si quisiera despojarme de algunos recuerdos juro que no serían los construidos contigo, me dijo la tarde que se fue a buscar nuevas experiencias. Le agradecí su comentario en silencio y me encaminé a la salida de la estación de autobuses. Camino a casa pensé en ello, ¿es tan importante dejar huella en las personas?, ¿por qué nos duele tanto ser olvidados?, ¿acaso valemos por el recuerdo que los demás tienen de nosotros?


Confieso que mis preocupaciones actuales son evitar un futuro solo, que deseo encontrar una pareja con quien compartir mis palomitas de maíz, tomar de su rebanada de pastel y una que otra mañana culparlo de mi fastidio; y aún así seguirle amando. También, debo confesar que, me preocupa mi peso, las huellas de la edad en mi piel, los cabellos blancos de mi cabeza y no conocer las canciones de los “nuevos ídolos pop”, así como que siempre pongo atención a la superficialidad del ambiente homosexual (aunque no lo es en todos los casos) y trato de oponerme a las ideas del sexo en la primera cita, las relaciones “free”, las conversaciones sobre lo último en moda, y tejer la telaraña de quien ya se acostó con quien. Me defino como un chico ultra-conservador, chapado a la antigua y con más miedo que todos los protagonistas de SAW juntos, ya sé que el origen del miedo es distinto, pero miedo al final si lo medimos como emoción.


¿Entonces, de dónde viene éste nuevo cuestionamiento? Posiblemente ya me lo haya preguntado antes y el miedo a la respuesta me hizo olvidarlo o guardarlo en el “archivo muerto” de mi memoria, no lo sé. Sabemos que las relaciones son complejas, no es una teoría en la que yo pueda innovar, ni me interesa hacerlo, mi inquietud no radica en la complejidad de estas relaciones sino en el recuerdo final que dejamos en las personas. No soy del tipo que pregunta a sus amistades como es que le perciben, o qué clase de persona creen que soy pues además de que seré juzgado con subjetividad no quiero saberlo. No, no hasta ahora. Y ni siquiera quiero obtener un perfil psicológico- criminalístico, lo que quisiera saber es si al menos hay una huella de mi en ellos. Si los amigos que creo haber perdido aún siguen ahí.


Hace tiempo leí un artículo en el periódico que mencionaba una granja de cocodrilos dónde su dueño les ponía melodías románticas para calmarlos y evitar enfrentamientos, de esa manera lograr que la piel no se dañara por tanto serían vendidos a un mejor precio a los fabricantes de accesorios. Me viene a la mente ésta nota pues tiene relación directa con mis cuestionamientos actuales, creo que los seres humanos estamos dedicando mucho tiempo a nuestra imagen personal pero de modo equivocado, gastamos miles de pesos en productos que nos hagan ver más jóvenes y bellos, la perfección estética es nuestra batalla diaria, ¿con cuál fin? ¿Terminar en una vitrina como un accesorio a la venta? ¿Y con rebaja?. Si comparo las relaciones humanas con lo que el granjero hace para mantener intacta la piel de los cocodrilos ¿qué música sería la que debemos escuchar? Y regresando un poco, ¿Cuál es la imagen que queremos dar? ¿Cómo queremos ser recordados? ¿Cómo un accesorio fuera de moda?


¿Estamos escuchando las melodías equivocadas? Me pregunto si podremos lograr una paz interior que se refleje en nuestro exterior sin la necedad de recurrir a cremas antiarrugas. O mejor, ¿dejará de preocuparnos nuestra imagen exterior algún día? Mientras llega alguna respuesta disfrutaré de escuchar cada día nueva música. No pierdo las esperanzas de que en un corrido encuentre el amor, o en un vals recupere la respiración mi agitado corazón.


Sigo preocupado, con miedo. Me gustaría mucho que las personas me recordaran por lo que hay dentro de mí, que se dieran el tiempo suficiente para conocerme, a pesar de estar consciente que es casi imposible lo que pido, es el “casi” lo que me hace seguir adelante y pedir nuevas oportunidades. No debería molestarme la superficialidad de nuestra sociedad puesto que encajo perfectamente en ella, me preocupa el trasfondo que en ocasiones esconde: la mediocridad de los seres humanos. Insisto, no quiero ser un “wey” mas, no, claro que no, yo quiero ser “el wey”. Que mis amigos hablen de mí a sus nietos, mi familia esté orgullosa y me presuma. Y de paso, si no es mucho pedir, que el día de mi muerte el amor de mi vida (entiéndase toda la vida) sostenga mi mano.