jueves, enero 31, 2008

Saldos insolutos. Parte II. Acto de contrición.

El hecho de haber soñado con moscas (insectos) alteró mi semana. Desde pequeño los sueños me inquietan sobremanera, y no es por que crea en ellos ciegamente, lo cierto es que siempre he creído que en ellos se encuentras ciertas claves que bien podrían ayudar a esclarecer algunas dudas. A los ocho años soñé que unos de mis tíos fallecía y me pedía rezara por su alma, la siguiente mañana recibimos la noticia de su muerte; los sueños se volvieron importantes. Con anterioridad había tenido sueños extraños donde corría por un canal lleno de víboras, mataba alacranes o era perseguido por hienas; no que orinaba a una plaga de moscas.

Se está cayendo el cielo, sentenció mi abuela. Esa tarde todos asistimos a la iglesia debido a una celebración por la muerte de mi tío, ya había pasado tiempo y como cada año acudíamos a recordarle. Mi relación con la religión ya se encontraba por demás fracturada, abandoné el templo y me adentré en salón de reuniones adjunto al mismo. Colgando en las paredes había cuadros de arte sacro de varios mártires y santos del catolicismo. San Sebastian, el más impresionante a mi parecer. Debajo del cuadro de aquel hombre una leyenda: “Patrono de los ejércitos y protector contra las pestes”.

Mi curiosidad y afán por entender el sueño de orinar moscas me empujó a buscar su significado. Pude enterarme que la orina significa que de desharás o perderás sobre lo que estas orinando el sueño y las moscas significan impulsos internos que nos resultan molestos y deseamos terminar con ellos. Resumí entonces que al orinar sobre las moscas el significado de mi sueño era el siguiente: yo estaba tratando de deshacerme de mis impulsos internos (entiéndase mis impulsos homosexuales) yo trababa a toda costa de no ser homosexual. Lo cual era cierto.

Saldos insolutos. Parte I. La peste.

Yo no quería soñar nuevamente con los rostros sombríos y carentes de expresividad en los ojos, tampoco quería soñar con las miradas lascivas de los cuervos que rondándome aguardaban mi caída; esos días prefería no soñar. Pero a pesar de mis deseos (aunque nunca antes había sido lo que yo que quería y menos esos días) tuve un sueño donde había una habitación plagada de insectos, -moscas. Ocurría en los baños públicos del templo menor de mi pueblo.

Si bien recuerdo, la última vez que soñé con el templo, específicamente una escultura implantada en su atrio, fue cuando yo tenía diez años. La impresión que de inicio me produjo marcó un antes y después mi vida como adolescente. Su color gris, de piedra fría, quedó reflejado en mi estado de ánimo. Hubo días, y hoy no voy a negarlo, que quería ser como esa estatua: inerte, ecléctico, dueño de una respetable parsimonia; afectado en mi exterior solo por los cambios climáticos –lluvias y ventarrones, y con interior de roca. Otros días, tan llanamente, mis pensamientos se arraigaban a la idea del no ser.

Al abandonar el templo, después de haber recitado un par de oraciones (recién memorizadas) la primera imagen que se revelaba a mi vista era la aquélla escultura, un ángel custodio que con su mano derecha sugiere se guarde silencio y con la izquierda sostiene una tabla o códice. El sueño dejo de ser brillante, el toque sombrío que tomaba despertó mi inquietud. Estoy seguro de haber temblado y de que mi sudoración fue quién instantes mas tarde mojaría la cama. Contemplé el ángel con la misma mirada curiosa y provocativa que lo hice a mis diez años, ingresé a los baños y cuándo apunto de orinar aparecen las moscas. No cien, miles de ellas. Traté de defenderme orinándolas, ¡que absurdo!, como si con mi orina las pudiera exterminar. La guerra en pleno y suena el despertador.

El ser homosexual causaba conflictos en mi conciencia religiosa y más conflicto causaba la escultura del gallardo y varonil ángel. Mordía mis labios e imaginaba las proporciones del cuerpo que se escondía bajo una tunica que llegaba hasta las rodillas, ¿cuántas veces? ya lo olvidé, fantasear con él me acercaba a ser un sodomita. No importaba. En la sala de casa mis padres me encontré con un libro, la biblia, todo un descubrimiento. De entre todas sus páginas lo que atrajo mi atención fueron sus imágenes. Hombres y mujeres de perfectas facciones y proporciones representando cada pasaje bíblico. Héroes y heroínas de una antigua religión deleitaban mi vista. Fui descubriéndome y descubriéndoles, yo despertando mi sexualidad y ellos inspirando mis primeras pasiones. El camino me llevó buscar más imágenes del arte sacro. Una tarde de cielo gris me topé con una sorprendente imagen.

martes, enero 22, 2008

(3), el hombre que sembró los jazmines.


El verano terminó, las lluvias las pasamos bajo un puente, la casa o mejor dicho sus restos siempre estuvieron visibles desde el puente recién construido. No sé si igual o más visible que las cicatrices de nuestros cuerpos y las heridas del alma. Entendía poco a mi padre, cada vez menos. Octubre vino. Todo viene a su tiempo, dicen los que creen saberlo todo, y así fue. Las lunas trajeron a unos hombres vestidos de falsa pureza que nos llevaron a una casa de asistencia social. Vagabundo, está hambriento, sucio y creemos que falto de sanas facultades mentales, dijo uno de ellos a una mujer de facciones tristes, cansadas y sueños vendidos al mejor postor.

A pesar de haber pasado las noches bajo el puente siempre me dio miedo cruzarlo. Ellos, mi padre y la tía Rosa, jugaban a cruzarlo corriendo o brincando en un solo píe, mientras tanto yo llenaba mis pulmones de un aire gris. Una fogata nos acompañaba todas las noches, ella velaba nuestros sueños y a vez, paradójicamente, carbonizaba los recuerdos, muebles viejos y vigas de la vieja casa. Entre el ruido de los grillos y el ruido de quienes cruzaban el puente me despertaba y echaba un vistazo al fuego que iba consumiendo mi vida.

La lucidez me visitaba con más frecuencia, y los recuerdos tejidos en el aire eran cada vez menos intensos. El miedo me hacia buscar el alcohol desesperadamente. Los tres compartíamos el poco dinero que la generosidad de los vecinos nos allegaba y con él nos era suficiente para obtener comida y alcohol; al menos para el alcohol nos hace mas ligero el frió, decía él, mi padre. Sus ausencias, de mi padre y la tía Rosa, me dejaban mucho tiempo a solas para recordar, para negarme a enfrentar un camino tejido con hilos transparentes.

La noche anterior a la que llegaron los hombres mi tía habló de un hombre que llegó al puente y sembró jazmines, según ella aquél hombre venía triste y cansado de pelear consigo mismo. Cuando llegaba la primavera, relató mi tía, ese hombre cazaba a las mariposas y se las comía, le hacían falta como alimento para el alma. Vivía de las mariposas y murió embriagado de ellas. Yo pensé que era un tonto, habiendo tantas cosas por comer quién comería mariposas, la tía y yo reímos juntos cuando se lo dije; papá no estuvo con nosotros esa noche.

El la habitación que me asignaron una compañía extraña, a la que pronto me acostumbré, generaba en mí toda clase de emociones. La falta de alcohol en mi cuerpo hacia que todo fuera más claro. Fui descubriendo al extraño y enamorándome de él, traía a mi vida un estado desconocido. Se convirtió en mi mejor amigo rápidamente, luego nos hicimos amantes y por las noches nos fundíamos en uno solo. Siempre honesto, nunca cobarde, a veces crudo. Ya no había un padre, ni la tía Rosa o su gemelo el tío Pedro.

Las historias de esquizofrenia donde vomitaba mariposas muertas terminaron cuando pude ver el rostro del hombre que sembró los jazmines bajo el puente: el mío. Ahora solo estaba él, el silencio. Mi último amante, tan generoso, tan mío.

jueves, enero 17, 2008

(2)…no quiero que tejas más caminos si los voy a andar solo.

-No. Ésta tarde no. Estoy ya muy agotado, mis fuerzas han menguado. Sí, como la luna. ¿Recuerda lo que decía la abuela cuando menguaba la luna? Yo no lo recuerdo del todo bien, era una canción, ¿o no?, ella cantaba algo así: “De las lunas, la de Octubre es más hermosa” y algo le seguía de las almas de dos enamorados. ¿Dónde está mi padre, tía?

Mi tía no recordaba ya nada relacionado con los abuelos, resultaba molesto hablar con ella cuando le venían los dolores en el lado izquierdo; resultaba que no se soportaba ni ella misma, se perdía en los recuerdos de experiencias jamás vividas y algunos tragos de licor barato. El olor a mezcal se colaba por mi nariz para llegar a mi estómago y provocarme una nauseas que terminaban en vomito, es la cruda decía mi tía, la cruda realidad y reía. Vieja loca.

El día fue avanzando y nosotros decidimos no abandonar la casa, aunque ya estuviera en ruinas, era el único lugar donde nos sentíamos seguros. Recuerdo que una noche invierno mi padre nos contó en esa casa sobre la muerte de mi tío Pedro, hermano gemelo de la tía Rosa, la historia llena de detalles de heroísmo y valentía no desmerecía la muerte gloriosa de mi tío. Según palabras del viejo el tío era un joven inquieto, no dormía por las noches y tenia un extraño talento. Era perseguido y murió tratando de salvarse, de liberarse. La libertad de decidir es lo más valioso, dijo mi padre.

Papá regresó, por fin, y trajo con él las sobras de comida que le regalaron unos vecinos. Vaya que teníamos hambre, durante el día estuvimos removiendo los escombros y tratando de rescatar algunos recuerdos familiares, personales y otras cosas más, como asuntos de la cordura y la desazón. Nunca creí que al paso de los años tres personas llegáramos a recopilar tantas cosas en común. Mientras comíamos mi tía me observaba fijamente, con una mirada inquisidora que daba miedo, dejé de comer. Lo hice no nada mas esa tarde, dejar de comer, si no también los siguientes días y la semanas subsecuentes, así por un par de meses. Mengüé, como la luna. A mi padre las lunas de octubre le lastimaban los ojos, para él estaban muy cercanas y luminosas.

La tía Rosa me acusó de haber tomado la ración mas grande de alimentos, por eso no me quitaba la vista. Vieja zorra, todo lo quiere, que coma lo que quiera, pero la atención del viejo es mía, es mi padre. Y la tuve, me miró y dijo: pareces un venadito asustado, acorralado por su cazador, corre, corre hijo. Mis ojos son pequeños y de color verde, nada tienen en común con los de un venado pero corrí. La voz de papá me acompaño en el camino, no era la mas fuerte pero la escuchaba sobre todas las otras voces.

“Tienes el mismo talento que tu tío, puedes escuchar las voces del mundo, no hagas caso de ellas. No es bueno ponerles atención, te pondrán triste, te pedirán hacer cosas que te dañan. Ellas no son mas fuertes que tú, no les regales tu voluntad, pelea, pelea como tío, corre, corre hijo”

Las voces, dulces y malvadas, confortantes y alentadoras, simples voces viajando en mi cabeza. Les encontré al tiempo melodiosas, arrullaban mis sueños. Dos meses pasé sin comer, corriendo. Eso creo. Ya no quiero seguir corriendo, quiero comer y descansar. Llevar conmigo la locura que me regaló la tía fue muy acertado, a veces, cuando vomitaba algunas mariposas las echaba a la bolsa llena de jazmines y locura para divertirme. Pobres mariposas. Aprendí que para qué no me siguieran destrozando el estómago era mejor provocarme el vomito y ver como en su afán de disfrutar los jazmines terminaban consumidas por mi locura.

-¡No me gustan las lentejas, y menos los garbanzos!, tía. No me has dicho dónde está papá._____ ¡¿Qué?!_____. No, no quiero que tejas más caminos si los voy a andar solo.



viernes, enero 11, 2008

(1)…y otras cosas del estómago.

Fue hace dos años y medio, la tía Rosa estaba de visita en la casa, la casa estaba ya cayéndose, la humedad del verano carcomía las paredes y las gotas de sangre eran solo visibles por la noche. Entonces yo no sabía lo que quería a ciencia cierta, no lo supe hasta la noche en que la casa nos cayó encima, fue muy larga esa noche. Yo ya le había dicho a mi padre que corríamos peligro si nos manteníamos viviendo allí, él junto con su terquedad no me escucharon.

Heredé de él el carácter testarudo, y más que de defecto lo he visto como virtud, me ha servido para mantenerme firme en algunas decisiones. Nos encontrábamos cenando en la vieja cocina cuando escuchamos un crujir de las paredes, el techo del pequeño zaguán había caído. Sentí mi esquizofrenia en el estómago, ésta buscaba refugio, se mezclaba con un poco de mezcal y café de olla, mientras los restos de las mariposas muertas me destrozaban cuál navajas filosas el estómago, vomité sangre esa noche.

Mi padre ocultaba el dolor que le producía ver su casa en ruinas, yo no quería llorar porque podía empapar el resto de las paredes y la humedad las derribaría. No lloré. Reí a carcajadas, burlándome de nuestra desgracia, del futuro. Fue entonces que le pedí a mi tía Rosa me regalara su locura y el ramo de jazmines amarillos que llevó cuando se casó.

En los minutos que logré dormir antes del amanecer tuve un sueño muy placentero, soñé con un jardín lleno de jazmines amarillos, era el día de mi boda, yo vestía de blanco y llevaba azares en la cabeza; la recepción de la boda era en casa de papá. Una casa chica, de color blanco, con paredes de adobe y teja de paja.

La mañana fue muy cruda, habíamos dormido en la calle. La ruinas que vimos al abrir los ojos nos hicieron recordar lo allí vivido, las pérdidas terminaban con el derrumbe de la casa. Nuestros muertos, los fantasmas, los rencores al fin desaparecían. Mi tía encontró los jazmines muertos, abandonos en un baúl de madera apolillado. Todos nos encontramos ausentes de la misma realidad.

Caminé por el jardín, no eran jazmines y no eran amarillos, los azares se soldaron a mi cabeza como las ideas románticas del amor a mi corazón. Ya sabía lo que quería, siempre lo supe. Caminar por un jardín y entender que puedo plantar jazmines amarillos si no los hay.

Cuando regresé de la caminata las paredes de la casa crujían, era como un lamento lejano que pedía contara sus historias de esquizofrenia, males cardiacos, insomnios y otras cosas del estómago.





(El escrito está muy confuso, lo sé, es el fin. En un siguiente post aclaro ideas. Les aviso)

jueves, enero 10, 2008

Puedo mentir...


Puedo hacerlo.
Nada me cuesta decírtelo
o facilitarte una lista,
interminable quizá,
que te guíe
para conquistarme.

Puedo a bien confesarme ante tí
y descubrirte mis miedos,
regalarte mis silencios,
dormir en tus pensamientos.

Puedo no darte nada
y negarme a que hurgues
mis vacíos
en tus ratos de ocio.

También puedo, y lo sé,
no hacer nada.

lunes, enero 07, 2008

Cuando las noches no me son suficientes...

Siempre hay alguien que lo ve todo, hasta lo que llevamos dentro. (María Félix, “Vértigo”).


Hoy es una de esas noches en las que el fuerte frío de invierno me cala en los huesos, los recuerdos revuelven mi estómago y la soledad de mis pensamientos me roba el sueño. La añoranza de tiempos pasados hace que el lado izquierdo de mi pecho sienta una contracción inusual, que mis ojos sientan la necesidad de llorar para dar alivio al alma y las manos se llenen de ansiedad por arrancar toda muestra de desesperanza. Es en estas noches cuando me visita la extraña, y tan conocida a la vez, sensación de desear correr a la calle y contarle al primer desconocido mi vida; hablarle de mi días felices, de mis temores, manías, gustos y los detalles que me hacen reír o llorar. ¿Cuántas noches he sentido el impulso? Ya no lo recuerdo.

Esta noche las calles han estado desiertas, el frío mantiene a la gente recogida en sus casas. No hubo descocido a quien contarle, regresé a casa en la misma situación que salí hace unos minutos.

Un momento… sí, es el olor a tierra húmeda el que estoy recordando. Es en casa de mis padres, algunos años atrás en una tarde de verano, estoy frente a la ventana y ya ha dejado de llover. El cielo se mantiene gris y el agua corre libremente por la calle. Una voz me llama desde el exterior y me oculto tras las cortinas, me mantengo allí por unos segundos… Se ha ido el resto de la imagen.

Acerqué una manta para amortiguar el frío, no poder recordar el resto de esa tarde me ha inquietado sobremanera. La voz me fue familiar durante mucho tiempo, juntos descubrimos años después un nuevo mundo. Un mundo escondido del cuál él pudo huir y yo me mantuve atrapado.

Como esa tarde hubieron de ocurrir otras tantas más, donde escondido tras la ventana observaba pasar una vida a la que cada día renunciaba. Me sentí culpable por ser quien soy y avergonzando de mí prefería alejarme de toda posibilidad de luchar por ser feliz. Y es ahora, en estas noches, cuando me encuentro solo, que recuerdos como éste me acompañan. Un día el desconocido aparecerá y podré contarle esto y más, entonces sabrá de mi vida lo que aún yo desconozco de ella.

viernes, enero 04, 2008

Ciao, Doscerocerosiete.

No comí doce uvas esa noche y tampoco hice propósitos o pedí ningún deseo. Son doce, lo sé, es un buen número; es solo que no pienso proponerme nada, no deseo nada – y no por qué tenga todo lo que necesito, no. No me gustan las semillas de las uvas, no quiero hacerme propósitos que no pienso cumplir y desear otra vez lo mismo. Para mí el año no ha comenzado. Voy a sumarle los días que sean necesarios para que vengan a mí las ganas de desear, de proponerme nuevos retos y el gusto por guardar las semillas de las uvas en mi cartera a modo de recordatorio. Hasta entonces resumo veintisiete años en uno solo. Fragmento, “Del autoengaño a la desolación”.

Doscerocerosiete.

-¿Seguro que te sientes mejor? Deberíamos descansar, te noto muy agotado y no quiero te enfermes. Mira que yo no tengo problema con bajar el paso y esperarte un poco. La jornada ha sido larga y sé que no lo has pasado del todo bien, eso lo sé por tu rostro: llevas clavados la tristeza y el hastío. Pero anda, que no todo es malo en esta vida, ya lo decía la abuela “no hay mal que por bien no venga”, y la vida a de tenerte muchas y mejores sorpresas. “Lo mejor siempre está por venir”, dicen por ahí… Hombre, ¡camina!, ¡levanta ese ánimo!, ya nos falta poco, solo unas horas y será año nuevo.

-¡Deja de joder!, lo dije antes y ahora te lo repito: no me gustan las semillas de las uvas.

-Si serás terco… yo me voy y te quedas solo. Ya veré como enfrentas un nuevo año tu solo.

-Ja. Acá te lo muestro: