Fue hace dos años y medio, la tía Rosa estaba de visita en la casa, la casa estaba ya cayéndose, la humedad del verano carcomía las paredes y las gotas de sangre eran solo visibles por la noche. Entonces yo no sabía lo que quería a ciencia cierta, no lo supe hasta la noche en que la casa nos cayó encima, fue muy larga esa noche. Yo ya le había dicho a mi padre que corríamos peligro si nos manteníamos viviendo allí, él junto con su terquedad no me escucharon.
Heredé de él el carácter testarudo, y más que de defecto lo he visto como virtud, me ha servido para mantenerme firme en algunas decisiones. Nos encontrábamos cenando en la vieja cocina cuando escuchamos un crujir de las paredes, el techo del pequeño zaguán había caído. Sentí mi esquizofrenia en el estómago, ésta buscaba refugio, se mezclaba con un poco de mezcal y café de olla, mientras los restos de las mariposas muertas me destrozaban cuál navajas filosas el estómago, vomité sangre esa noche.
Mi padre ocultaba el dolor que le producía ver su casa en ruinas, yo no quería llorar porque podía empapar el resto de las paredes y la humedad las derribaría. No lloré. Reí a carcajadas, burlándome de nuestra desgracia, del futuro. Fue entonces que le pedí a mi tía Rosa me regalara su locura y el ramo de jazmines amarillos que llevó cuando se casó.
En los minutos que logré dormir antes del amanecer tuve un sueño muy placentero, soñé con un jardín lleno de jazmines amarillos, era el día de mi boda, yo vestía de blanco y llevaba azares en la cabeza; la recepción de la boda era en casa de papá. Una casa chica, de color blanco, con paredes de adobe y teja de paja.
La mañana fue muy cruda, habíamos dormido en la calle. La ruinas que vimos al abrir los ojos nos hicieron recordar lo allí vivido, las pérdidas terminaban con el derrumbe de la casa. Nuestros muertos, los fantasmas, los rencores al fin desaparecían. Mi tía encontró los jazmines muertos, abandonos en un baúl de madera apolillado. Todos nos encontramos ausentes de la misma realidad.
Caminé por el jardín, no eran jazmines y no eran amarillos, los azares se soldaron a mi cabeza como las ideas románticas del amor a mi corazón. Ya sabía lo que quería, siempre lo supe. Caminar por un jardín y entender que puedo plantar jazmines amarillos si no los hay.
Cuando regresé de la caminata las paredes de la casa crujían, era como un lamento lejano que pedía contara sus historias de esquizofrenia, males cardiacos, insomnios y otras cosas del estómago.
Heredé de él el carácter testarudo, y más que de defecto lo he visto como virtud, me ha servido para mantenerme firme en algunas decisiones. Nos encontrábamos cenando en la vieja cocina cuando escuchamos un crujir de las paredes, el techo del pequeño zaguán había caído. Sentí mi esquizofrenia en el estómago, ésta buscaba refugio, se mezclaba con un poco de mezcal y café de olla, mientras los restos de las mariposas muertas me destrozaban cuál navajas filosas el estómago, vomité sangre esa noche.
Mi padre ocultaba el dolor que le producía ver su casa en ruinas, yo no quería llorar porque podía empapar el resto de las paredes y la humedad las derribaría. No lloré. Reí a carcajadas, burlándome de nuestra desgracia, del futuro. Fue entonces que le pedí a mi tía Rosa me regalara su locura y el ramo de jazmines amarillos que llevó cuando se casó.
En los minutos que logré dormir antes del amanecer tuve un sueño muy placentero, soñé con un jardín lleno de jazmines amarillos, era el día de mi boda, yo vestía de blanco y llevaba azares en la cabeza; la recepción de la boda era en casa de papá. Una casa chica, de color blanco, con paredes de adobe y teja de paja.
La mañana fue muy cruda, habíamos dormido en la calle. La ruinas que vimos al abrir los ojos nos hicieron recordar lo allí vivido, las pérdidas terminaban con el derrumbe de la casa. Nuestros muertos, los fantasmas, los rencores al fin desaparecían. Mi tía encontró los jazmines muertos, abandonos en un baúl de madera apolillado. Todos nos encontramos ausentes de la misma realidad.
Caminé por el jardín, no eran jazmines y no eran amarillos, los azares se soldaron a mi cabeza como las ideas románticas del amor a mi corazón. Ya sabía lo que quería, siempre lo supe. Caminar por un jardín y entender que puedo plantar jazmines amarillos si no los hay.
Cuando regresé de la caminata las paredes de la casa crujían, era como un lamento lejano que pedía contara sus historias de esquizofrenia, males cardiacos, insomnios y otras cosas del estómago.
(El escrito está muy confuso, lo sé, es el fin. En un siguiente post aclaro ideas. Les aviso)
6 comentarios:
No, no está confuso. Tiene briznas rulfianas, que me fascinan. Tu casa, tu abuela, tu padre, tu esquizofrenia, tu jardín, tus azares pero sobre todo ese baúl apolillado, cuando lo abrí no encontré jazmines pero sí un montón de recuerdos míos que no se cómo los uniste a los tuyos.
Gracias, Él. Tu nombre, breve y sin ribetes, encierra todo. Gracias!
No sé si hace falta que aclares ideas. Ha quedado de lo mas poético.
Quiero que llegue ya la primavera. Para poder oler a jazmín.
Y la casa se destruye y tu sigues de pie, con los recuerdos, quiza es necesario que se caiga por completo toda la casa, por que ¿Se puede contruir encima de escombros?.. yo creo que si..
La foto me facino la foto!!!...
Espero que sigas soñando, no pierdas el sueño, agarrate de el, y vuela con tus anhelos..
P.D: HE publicado algo interesante en el blog, pasa a escucarlo.. :D
Saludos, I miss You, que tengas buen fin de semana
Lo voy a seguir leyendo....
Definitivamente veo algo muy bien.... trazado.
Me agrada tu manejo de aqui y de allá, siento que abarcas diferentes dimensiones bien suelto...
Si... Rulfiano.
Mandame tu Daimonió para subirlos todos junto al mio.
luis.varela@ge.com
Me gusta, me gusta que es desolado y esquizofrénico a la vez... esperando lo que sigue... ;)
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