lunes, diciembre 17, 2007

Doce de Diciembre.

Recordó que, desde pequeño, gustaba de observar pacientemente a la gente e imaginarles historias cercanas a su propia realidad. Apoyando la cabeza en el vidrio de la ventana de su cuarto, tirado boca arriba en la azotea, sentado en el asiento trasero del automóvil, recostado en su cama instantes antes dormir o en la lejanía misma de sus pensamientos encontraba un espacio ideal para abandonarse y vivir a través de la historias concebidas para los demás. La chica de los zapatos altos, la señora del bolso de mimbre, los niños vagos del barrio, el borracho de la esquina e inclusive la madre prostituta de su mejor amigo servían de inspiración, todas las historias eran diferentes y tan parecidas a la vez. Él siempre fue protagonista, aunque a veces silencioso, y junto con el resto de los personajes que entretejían sus historias desenlazaban sus vidas en finales felices. El ritmo de las historias dependían del estado de ánimo en el que se encontrara, siendo éstas, en a mayoría de la ocasiones, comenzadas y desarrolladas has el clímax con un evento triste que desencadenaba la trama en un final pintado de felicidad.

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Desconocida, mujer morena de complexión mediana y piel morena, se encontraba a tan solo un metro alejada de nosotros. Ninguno advertía su presencia, no por la insignificancia que le impuse, si no por lo atareados que nos encontrábamos por dedicar nuestros ánimos a divertirnos sin enfado. Entre burlas, carcajadas y miradas de menosprecio le vi observándonos con delicadeza, escondiendo su mirada bajo el poco pelo que sus negras trenzas dejaron fuera; esa mirada, huraña e indagadora, me hizo desconfiar. Ella se encontraba sola, con aspecto de quien se ha abandonado a si mismo, insociable en instantes y en otros mordaz, intuí que prestaba basta atención a nuestros comentarios y reía con nosotros, - quiere estar acá con nosotros esa zorra, pensé. Dejé que la noche y la diversión transcurrieran, y a ella le permití que se mantuviera próxima.

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Le parecía que la vida de esos jóvenes tan superficiales, aunque parecía ser más interesante y relajada que la propia, debía ser mucho más triste e infértil. Ella se encontraba perdida entre la multitud, esperando encontrar un poco de esperanza, una frase que aliviase su dolor, un milagro que calmara el sufrimiento de hijo. En casa su marido cuidando del pequeño, un niño enfermo de gravedad; necesitaba un transplante de riñón. Ella, la mejor madre según palabras del pequeño, evadiendo la realidad que le quema en el alma, luchando por ausentarse al menos por instantes del cruel destino que vive; ellos, el grupo de amigos que observa, un montón de muchachos que juega a burlarse de la vida. En ellos se encontraba a sí misma, su mente acudió un pasado lejano, ella perteneció a un grupo parecido pero el amor, por su ahora marido, la hizo renunciar a esa vida de lujos. Advirtió que uno de los jóvenes se dio cuenta que los observaba y hubo que disimular aún más su inquietud por sentirse perteneciente. Quería olvidar a la familia que aguardaba en casa su regreso, perderse entre los recuerdos del pasado y ver reflejada un poco de felicidad en las caras de aquellos jóvenes desconocidos.
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Era la noche de doce de diciembre y en el pueblo se celebraba la fiesta patronal en honor de la Virgen de Guadalupe, yo junto a un grupo de amigos salimos a divertirnos, frente al templo, no en el atrio sino en la calle, montaban un escenario donde una banda estilo sinaloense (música regional mexicana), amenizaba la clausura de la celebración. Nunca he sido muy religioso pero devoto guadalupano sí. Tengo mucha Fe en ella y creo, sin cuestionamientos, en su poder de interceder por los necesitados y regalarles los milagros más maravillosos. A mí me hizo un milagro: cuando nací, cuenta mi madre, tuve algunas complicaciones cardiovasculares y me encomendaron a ella, después de unos meses sané en totalidad y por eso es que mi segundo nombre es en honor a ella. Junto con mis amigos nos plantamos frente al escenario y comenzamos con las burlas hacia los que se animaron a bailar, las bromas fueron cada vez más fuertes y más despectivas. Nuestra posición económica nos permitió salir del pueblo para estudiar el capital de estado, eso nos hacia sentir superiores del resto y con el derecho de ironizar sus vidas. Qué equivocados estábamos. Abusamos del alcohol y cuando salimos a buscar más bebidas tuvimos un accidente.
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Lástima fue lo que sintió al ver alejarse a aquellos jóvenes en ese estado de ebriedad, y luego la desolación y la falta de esperanza llenaron su corazón, el tiempo tan apremiante como nunca le robaba el suspiro. A su mano derecha el atrio de la iglesia, lugar donde minutos antes había estado rezando e implorando a la Virgen el milagro para su hijo. Se dejó caer entre la multitud, derrotada, sin fuerzas para continuar desfalleció. Despertó el siguiente día en una cama de hospital, su hermana estuvo acompañándola, esperando despertarla para darle la nueva noticia. Su hijo había recibido la donación de riñón, el donante era uno de los muchachos accidentados. No podía creerlo, bendijo a todos los rostros desconocidos que observó con recelo la noche anterior, preguntó el nombre de aquel joven y resultó ser el mismo que llevaba la Virgen a la que rezó con tanto fervor.




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Los gritos y carcajadas de su mejor amiga lo hicieron darse cuenta que por instantes se ausentó de su propia realidad, dirigió nuevamente su mirada a una mujer bajita, de trenzas negras y piel morena que se encontraba a un metro de él. Los fuegos artificiales y el volumen de la música tocada por la banda hacían imposible la comunicación, así que se comunicaban con lenguaje de señales y a gritos, trató de decirle a su amiga que se distrajo pensando en la mujer que tenían al lado, ella no lo escuchó y él no insistió mas. Bailaron y cada cierto tiempo volteaba para ver que aquella mujer se divertía a sus costillas y que en realidad no estaba tan llena de bondad y no tenía una vida tan compleja como él la había imaginado.

viernes, diciembre 14, 2007

La escena final.

Se escucha en los altavoces de la sala del cine una triste canción que acompaña a los créditos finales de la película que recién terminamos de ver. Yo llevo restos salinos en mis mejillas, huellas de lágrimas, testigos mudos del llanto que la última escena me arrancó, él por su parte muestra una sonrisa forzada para mal disimular su enfado. Abandonamos la sala y caminamos por los pasillos en absoluto silencio.

Rompe el silencio; -tienes unos muy expresivos, dice mientras me observaba por el espejo retrovisor. Hace frió y éste mismo se me claba ya en los huesos, tardo en contestar a su comentario-halago, cuando al fin puedo responderle solo digo “¿sí?, ya me lo habían dicho antes”. Con una mueca que dejaba ver una sonrisa correspondemos al comentario, después nuestra mirada se desvía hacia un automóvil que sale del estacionamiento del centro comercial.

Siento un escalofrío y regreso la vista al retrovisor, solamente mis ojos se reflejan, aprovecho para buscar la expresividad encontrada en ellos por otros, pero no hay nada más que restos de sal. En breve concluyo que la expresividad ha desaparecido segundos antes, en el instante mismo en el que él se fue. Clavo la mirada al espejo retrovisor y allí le abandono; es el lugar donde él apareció por primera vez.

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Camino a ningún lugar escucho en el automóvil la misma canción triste que acompañaba la escena final de aquel filme, evoco las imágenes llenas de colores proyectadas en la pantalla, las tengo enfrente. La canción taladra mis oídos, las lágrimas acuden al llamado de los recuerdos y nuevamente aparece él…

Acelero, se disipan los recuerdos. Acelero, ya no está. Acelero, ninguno existe. Acelero…

…y muero.

Bajo velocidad, no estoy muerto. Bajo velocidad, respiro. Mantengo el paso, sigo en el camino…


…hacia algún lugar.

lunes, diciembre 10, 2007

Intermedio 4.1 / Mañana de sábado.

“Las cartas no debes romperlas por es de mala suerte”.
Posiblemente sea lo último que escribo en éste diario.
“Debes esconder tus cartas en un lugar que nadie sepa, así no las van a leer”.
Estoy cansado de repetir historias y solo cambiar el nombre de algunos personajes.
“Mi mamá leyó tus cartas”.
Me siento solo y no ser que hacer, será posible que encuentre al indicado.
“Las mejores cosas llegan cuando menos las esperas, y así me llegó tu amistad. Gracias por estar siempre y como nadie mas lo hace”.
La noche de ayer, mejor dicho la madrugada de hoy, conocí a una persona y estoy muy emocionado, ya cambiamos teléfonos, mañana le marco, tal como quedamos.
“Si quieres amar, yo te enseñaré”.
Otra vez, una más. ¿Siempre cometo el mismo error? Ya no lo sé.
“Soy toda una modelo, ¿o no?”



El viernes pasado decidí deshacerme de muchas cartas, postales y mensajes escritos que tenia guardados. Fue sorprenderte ver que tenia en mis cajones cartas desde que era yo un niño. El viernes fue que me armé de valor y por lo tarde que era espere a la mañana del sábado, durante la noche y mientras esperaba el amanecer no pude dormir, la idea de romper las viejas cartas me inquietaba, pero debía hacerlo, de continuar guardando en los cajones los recuerdos de amistades perdidas, amores fallidos y sueños incumplidos, mi vida terminaría por ser un ciclo de complejas y deprimentes circunstancias no superadas. Para sobrellevar el insomnio escribí mi último relato personal en el diario, me despedí de él y me prometí no llevar un diario nunca jamás. Como continuaba sin poder dormir hice una llamada, de esas molestas por la madrugada, a uno de mis amigos, él me escuchó quejarme de una fallida vida amorosa y culparme por creer en el amor de color de rosa. Ya por la mañana comencé con la limpieza de los cajones, rompí cartas, tarjetas de cumpleaños, todo lo bueno y malo que me han dejado materializado las relaciones pasadas. Cuando tuve el diario entre mis manos dudé en deshacerme de él, pero un impulso me hizo romper las primeras páginas y continué de prisa con las demás. Los restos físicos de todo quedaron en una caja que mañana se va al depósito de basura municipal.

Los otros restos, las otras huellas de que un día existieron aún las guardo. Espero que una mañana de sábado pueda deshacerme de ellas con la misma facilidad que hice lo otro; y que un martes recojan sus restos los trabajadores del municipio…

Mariana y Mariano (Serie: Todos son iguales... / Primer relato)

Ahora que ya estoy divorciada quisiera retomar mi vida, es algo que desde hace tiempo he querido hacer, pero tú sabes que con ese bulto que tenía por marido todo me resultaba imposible. ¿Sabes?, me alegra que no hayamos tenido hijos, el divorcio no fue más que un trámite, yo puedo seguir mi vida y sin tener responsabilidad encima. Aún soy joven, tenemos la misma edad ¿qué no?, con suerte encuentre el verdadero amor. Por fin podré acompañarte a todos lados, seremos los mejores amigos o “amigas”, como o quieras, ¿recuerdas nuestros días de universidad?, ja. Nos divertiremos por igual. ¿Tienes algún plan para este viernes?, no debemos perder tiempo, yo ya quiero volver a sentir la emoción de conocer a nuevas personas, ¿no es muy rápido verdad?. Digo, estoy recién divorciada, y no quiero que se vaya a ver mal mi conducta. La verdad, qué me importa verme desesperada, lo estoy. Quiero una noche de sexo, ja. No me has dicho si saldremos éste viernes, ¿si?, anda, dí que si y te prometo pagar yo la cuenta, que con lo que logré quitarle a ese imbécil bien podemos estar de parranda unos años, ja. Ya contesta hombre, por favor. – ¿Pero como quieres que conteste si no has cerrado el pico?, contesté en tono molesto a mi amiga Mariana.


Desde que salimos del bufete de su abogado no paró de hablar de los planes que tenía para su nueva vida de soltería. Entiendo que le emocionara de sobremanera, pero yo no me encontraba con ánimos de celebrar nada en absoluto. Además me sentía un poco culpable del fracaso de su matrimonio, ella no lo sabía y mis intensiones por enterarla era nulas. El imbécil del que se divorció era el hombre perfecto en la vida de mi amiga, lo fue hasta uno meses, y por mi culpa dejaba de serlo. Aunque yo no comente jamás nada de lo sucedido creo que su conciencia no lo dejo en paz y termino por solicitarle el divorcio. Mariana al principio lo tomó muy de sorpresa, y no se diga de mí, ambos no lo esperábamos. Esa tarde Mariana me llamó, perdida en un llanto incontrolable me pidió fuera a visitarla y sin decirme nada mas acudí. La encontré tirada en la cama, ebria y con una caja de cigarrillos por terminarse, aunque no lo sabia de sus labios ya me imaginaba la causa de su tristeza. Hablamos de lo extraño en el comportamiento de su entonces esposo y lo aún más sorpresivo de sus deseos por terminar la relación. No me fue difícil fingir la sorpresa, ya esperaba el fin de ese matrimonio, lo que no creía es que sucediera tan rápido y que aquél tuviera el valor de hacerlo. Como los motivos no estaban claros para Mariana, supusimos se trataba de otra mujer. Fue lo mejor, -pensé. Yo no tuve el valor para aclararle el porqué, del cual yo si tenia conocimiento.


El viernes por la tarde recibí la llamada de Mariana confirmando nuestra salida. No pude negarme, ella era mi amiga hacia muchos años, me necesitaba. Acudimos de inicio a un restaurante el cual frecuentábamos en nuestros años como universitarios, recordamos viejos tiempos, reímos sin motivos, bebimos en demasía y lloramos un rato. En el remover los viejos recuerdos, nuestra relación como pareja salió a colación. Nunca antes me había preguntado por que terminó, ni siquiera el día que le confesé que era homosexual, pero esa noche lo hizo. No tuve respuesta, me quedé callado y para aliviar la conversación le dije que ya no era necesario hablar de algo que ya los dos habíamos superado. Y que al parecer no fue así, ninguno lo superó. Yo me sentía culpable y ella necesitaba una explicación. Entonces accedí, se lo debía por lo pasado y por la relación que recién terminaba, era una buena oportunidad para librarme de culpas.


Le conté que la noche en que cumplíamos seis meses, después de haber estado con ella me encontré con un conocido de la universidad, su exmarido por cierto, nos fuimos de parranda y terminamos en un bar gay, me besé con un desconocido y él nos vio. No pude continuar con ella después de eso, el hecho de que él lo supiera no me dejó tranquilo. Mariana estuvo tranquila, aunque la decepción invadió su rostro, no hubo reproches ni reclamos. Me pidió la llevara a aquél bar. No me gustó la idea y no quería acudir con ella, había más sorpresas que pretendía evitarle esa noche. Su necedad me hizo llevarla.

- Me imaginaba un bar en condiciones no muy salubres. Comentó en un tono lleno de cinismo.
- También nos gusta la buena vida, respondí.
- El cartel de la entrada anunciaba un espectáculo de travestis, ¿ya lo has visto?. Preguntó con un rostro lleno de curiosidad.
- Llevo tiempo que no acudía al lugar, anteriormente no lo tenían. ¿Nos vamos?. Sugerí.
- Está por comenzar. Me dijo.


Las luces se apagaron y un reflector iluminaba a quien presentaron como: “Mariana, la Reina de la noche”. En realidad su nombre era Mariano, el exmarido de mi amiga. Yo ya sabía de su espectáculo. La escena que él presenció en la universidad la repetimos pero con los papeles inversos años después. Esa fue la causa del rompimiento de su matrimonio. Mariana no me volvió a dirigir la palabra, no después de sentenciarme con la siguiente frase: “todos son iguales”.

Cuatro Meses…(Segundo Final)

Según el tiempo marcado en la primera hoy debe ser el final de esta segunda temporada.



Formalicemos el acto:


Fin de la Segunda Temporada.

miércoles, diciembre 05, 2007

Gardenia.


Era conocido más por su mote que por su nombre real. El apelativo, el cual él mismo escogió, era un nombre de mujer, nada burdo al contrario se trabada de un nombre fuerte y con personalidad propia. Antes de que yo le conociera físicamente escuche muchos rumores relacionados al libertinaje con el él manejaba su vida, todos los comentarios llegados a mis odios hacían que deseara con mas fuerza el conocerle. Antes de lo pensado mis deseos de conocerle se cumplieron.

La primera vez que estuve en casa de mi tía abuela fue una tarde lluviosa, junto otros primos me encontraba jugando en la calle cuando la lluvia nos sorprendió; la carrera que dimos para evitar la lluvia fue la que nos puso frente a las puertas de casa de la tía. Ella muy amablemente nos abrió las puertas y nos permitió el paso a la sala. Recuerdo muy bien esa tarde por que en la sala había un olor muy especial, un aroma que se desprendía de pequeñas flores blancas, toda la habitación estaba llena de tan agradable sensación. Al relajarse el clima dejamos la casa y continuamos con nuestros juegos.

Con el paso del tiempo guarde el recuerdo de esa tarde en mi memoria, no volví a sentir el aroma de esas florecillas hasta mucho años después y por el cambio de mis intereses que no visité la casa aquella por el mismo periodo que extrañé el aroma aquel.

Cursando el tercer grado de educación secundaria fue que escuché los primeros rumores sobre “blanca de la noche”, y se referían a un homosexual travestido que vagaba por las calles del pueblo en busca de nuevas aventuras. Lo de “blanca de noche” venía a colación por el rostro blancuzco que el exceso de maquillaje claro le provocaba. “Bella de noche” y un sin fin de alias más servían a la muchedumbre para menospreciarle, la forma tan despectiva en que la gente le refería me incomodaba sobremanera, para ese entonces yo ya me había descubierto homosexual y terminar en una situación como la que de él, la que tuve ante mis ojos esos días, me aterrorizaba. Para ocultar mi temor lanzaba comentarios igualmente despectivos y escondía mi remordimiento de las miradas inquisidoras.

A pesar de que muchas veces formé parte de las burlas no dejaba de sentirme mal por mis actos, en el fondo me sabia expuesto a la misma situación, mi preferencia sexual me hacia presa fácil en un pueblo dominado de un falso machismo, -digo falso por que así lo era, resultó en muchas ocasiones ser solo una pose. Y mas allá de hablar de cuantos “hombres” terminaron acostándose con él o conmigo, hablaré de lo que a él le hicieron, de lo sucios que fueron con una persona llena de tristeza. La tristeza que él veía, reflejaba la misma que yo sentía, de hecho debo confesar que el no me contó sobre sus sentimientos y mejor dicho, confieso que, nunca conversamos.

Las noches, en que él vestido de lentejuela, les daba brillo me fueron contadas por terceras personas, eran historias que al siguiente día se volvían la mejor anécdota de quienes junto a él las vivían. Alegre, alocada, parrandera, borracha y hombreriega; joto, desviado, sodomita. Todos tenían una palabra que le describiera al siguiente día. Por mi parte estuve todo el tiempo fascinado, como ya lo dije anteriormente, yo ya me sabia gay y la cercanía de sus relatos me hacia fantasear sobre mi futuro pasado. Tenía ganas de conocerle, ser su amigo y que él fuera mi confidente, yo comenzaba a acumular experiencias y esperaba compartírselas.

El otoño llegó y una de las noches, una noche con la hermosa luna de octubre, salí a la calle, a pasear y buscar la ruta de la “bella de noche”. El tiempo fue pasando lento, la noche resultó alargarse y mi desesperación por no encontrarle me hizo regresar a casa. Ya en casa mi hermano me dio la noticia: lo mataron a golpes. Fueron unos desgraciados de un pueblo vecino, alcohol y las drogas los homicidas reales. Lo invitaron a pasear, se fueron al río y entre burlas, desenfreno y odios le mataron.

El aroma de la tarde siguiente me hizo recordar la tarde aquella que la lluvia nos hizo entrar en casa de mi tía, es la segunda vez que estaba en esa casa y el aroma nuevamente llenada los espacios de ahora una triste habitación. Las pequeñas flores blancas se encontraban en varios floreros que rodeaban un ataúd de madera, esta vez preguntaré qué flores son, me dije. Cerca de mi se encontraban mi tía abuela y mi mamá, al preguntar a mi madre sobre el nombre de la flores mi tía la tomó de la mano, como señal de que mantuviera silencio pues ella me contestaría, son gardenias, dijo. Hubo un silencio corto y luego añadió: como ella, mi pequeña flor blanca, “blanca de noche”, Gardenia su nombre de mujer.


lunes, diciembre 03, 2007

Homomaquia o el extraño estudio a la genealogía de los miedos. Parte IV.

Yo. La corrida en tres tercios: Confusiones, conclusiones y más teorías sobre los finales felices.

“… hummm..... ¿Y entonces dime, cómo te sientes ahora?- le preguntó la psicóloga. Él dudó en responder con sinceridad, ya le había cuestionado antes porqué le resultaba mas fácil hablar de él en tercera persona, a lo que respondió que relatar los hechos de esa manera le era menos doloroso y, ni siquiera dejó terminara cuando ella insistió en que negarse a hablar de él en primera persona le haría mas difícil la aceptación y reconocimiento de sus miedos, errores o conductas; así que lo pensó un poco y habló de él en primera persona.” Fragmento de un vida.

[Somos parte de la misma materia, partículas de la misma energía, en conclusión, somos iguales y por ende resultamos ser un reflejo en los demás de nosotros mismos]

La semana había sido de esas en que uno piensa que mejor habría sido no salir de casa. Los días estuvieron nublados y el gris del cielo se expandió hasta llegar, al parecer, al estado de animo de todas las personas, -incluyéndome. Con la tristeza clavada en mi pecho y resuelto a evitarla, me decidí por ir a visitar a unos amigos, entiéndase “amigos” literalmente, no pude prevenir lo que vendría. Definitivamente hay cosas que no son imposibles de controlar, “trata de callar al mundo” dice mi tía abuela.

Después de visitar a mis amigos regresé a casa molesto, me sentía agredido por sus comentarios, lastimaron mi ego y aun más, mis sentimientos. Fue entonces que vino la idea de que la vida y sus relaciones afectivas bien podrían ser comparadas con una corrida de toros. El coraje y toda mi sed de venganza me hicieron sentirme como un toro, que resignado a su final, lucha por dar una ultima embestida digna de tal lidia. Callé todo el tiempo que estuve con ellos y mucho tiempo antes también lo hice, solo había rabia y coraje en mi mirada. Deje que clavaran las banderillas en mi espalda para regalarme indefenso a ellos, era lo que creía. En realidad no me atreví a discutir. El miedo me ganó y enmudeció cualquier comentario que haya pretendido hacer. Me clavé la espada yo mismo.

No fueron ellos, fui yo mismo. La vida si es una corrida de toros y nosotros somos espectadores, picadores, banderilleros, toreros y el toro.


“La estación fue reconstruida y yo pude tomar el tren, ya no para huir sino para regresar, hice el viaje a mis adentros, aún sigo viajando”

{Ya no creo en los finales felices, un final es final y eso lo dice todo. Prefiero la continuidad en la búsqueda de la felicidad}

Homomaquia o el extraño estudio a la genealogía de los miedos. Parte III.

Todos, ellos. Tercer Tercio: La suerte suprema.

“…y fue así que llegaron los miedos. Ese verano, el que mi primo se fue, un fuego quemaba algo dentro de mi pecho, él era la primera persona por la cual yo sentía ser abandonado; además de ser mi mejor amigo era mi válvula de escape contra un destino que me negaba a vivir. A su lado me sentía normal, junto a él no era el chico raro, sabía que pertenecía y era uno más de ellos. Entonces todo terminó, él se fue y ellos ya no estaban. Las primeras tardes las pasé solo, dedicado a observar el cielo e imaginarme nuevas formas de vivir una vida tan gris, fui María, llené mi cabeza de sueños que no alcanzaría a cumplir; dejé al pobre Leo abandonado en esa estación de tren, tratando de evitar el dolor, escondiéndose del mundo… entonces me vestí de Rojo y use un escudo que me funcionó por un tiempo, no me preocupe por crear relaciones entonces, ni amorosas o de amistad, tracé una línea tangente a mi realidad y viví solo para el placer carnal. Equivocación tras equivocación quedó tatuada en mi cuerpo, las cicatrices me hicieron temer al reflejo que una tarde, en un cine porno, distinguí de mi vida. Sintiéndome Bonito y lleno de coraje elimine todo rastro de Rojo en mi conciencia. Luego, una noche vino, y pude encontrarme por fin con una posibilidad de cambiar radicalmente de forma de vida, mentí, me mentí, les mentí y la vida pasó la factura. Yo…” Fragmento de una confesión.


[En el último tercio el torero ejecutará la "suerte suprema", en la que toreará con la muleta en vez de con el capote para, al final, tomar la espada y matar al toro. Estos son los momentos más difíciles de toda su labor, pues en ellos debe conseguir que el toro le embista, y justo en medio de la embestida, aprovechar el momento para clavar su espada o estoque en el corazón del animal. Es cuestión de escasos segundos, y en ellos sólo debe concentrarse en acertar en un punto muy concreto cuando el toro en movimiento se lanza a su muleta. Es quizás aquí cuando el diestro expone más abiertamente su cuerpo ante el toro. Es a toda esta lucha a la que se ha considerado una obra de arte viva y efímera.]


En la estación de tren, esperando, Leo y Bonito, vieron pasar los días, los años. Sin percatarse, ambos compartieron sus soledades; una misma soledad cegadora que con el tiempo los hizo perderse en ellos mismos, se convirtieron en uno, se amalgamaron a la butaca del andén doce, terminado unidos por siempre. Por mucho tiempo ninguno de percibió de la existencia del otro, el dolor les produjo egoísmo y el egoísmo cegó sus corazones.
La noche en que la obscuridad devoró las sombras, el dolor resurgió con mayor presencia, ellos desaparecieron. Como cortos de una película en blanco y negro se proyectaron el en cielo las imágenes de sus vidas suspendidas.
Leo, Rojo, Bonito y María, fueron siempre una misma persona, un ser divido por sus miedos. El abandono, la no aceptación, la crítica, la humillación, los sueños perdidos; todos los miedos navegaron por nubes cargadas de cianuro. La nubes se descargaron sobre una tierra estéril, previa a colapsarse. Desde el cielo se podía observar como caía en ruinas la estación de tren, ya no albergaría mas esperanzas fétidas, ya no alojaría en sus andenes vidas robadas, y sus butacas no servirían más de apoyo a personajes surgidos de una egoísta necesidad de evadir la vida.

Voces salidas de todos lados irrumpieron con estruendosa osadía en los odios de “ellos”, de él. Esas voces no eran más que el eco de todo lo escuchado en los días previos a la caída, su propia caída. “Falsos y verdaderos amigos”, perversas voluntades disfrazadas de buenas intenciones, mentiras viles matando verdades doloras, egoísmo, miedo; todo llegó proveniente de los cuerpos de olor putrefacto que anunciaban la caída. Pero no fue así.

Leo, María, Bonito y Rojo, habían dejado de ser solo personajes, ahora eran parte de él, eran él y su pasado futuro. Nuevamente existen. Resurgieron de los escombros, callaron las voces.

Él lo ha entendido.
{-Te quiero.}