Hace tiempo leí en una de esas revistas “científicas” que el amor bien podría ser el resultado de reacciones químicas producidas en nuestro cerebro por la secreción de una sustancia llamada dopamina. Con el mismo interés que leí el artículo completo –cabe mencionar que fue bastante- busqué información que me llevara a desmentir lo que aquél periodista aseguraba. Eran tantas mis ansias por encontrar alguna otra teoría que borrara de mi cabeza la idea de que el amor podría ser reducido a una explicación científica sobre la “química del amor”, pues me daba miedo imaginarme que si en aquel entonces yo creía no haberme enamorado y descubría que mis reacciones emocionales eran obra de la electricidad (descargas neuronales) y la química (hormonas y sustancias partícipes), no llegaría a saber lo que el amor significa en la vida. No pasó mucho para darme cuenta que yo mismo iba a tener en mis manos todas las herramientas para negar tal teoría, bastó con que conociera a la primera persona que provocaría en mí la necesidad de no querer despertar el día siguiente. Bastó con sentir el dolor del lado izquierdo de mi pecho, ese dolor que te hace desear arrancarte el corazón de un sólo golpe. Entonces, y sólo entonces, entendí que el amor no es un proceso de descargas químicas, entendí que es algo mucho más complejo –tal vez sin explicación para mí. Que quizá jamás lograría entender que es el Amor. Y así, en mi búsqueda por entender su significado, aprendí que el Amor solamente se debe Sentir, Vivir y Sufrir. Sin buscarle explicaciones, sin lógica, sin miedo.
martes, agosto 28, 2007
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